Volver al origen y respirar

Comentario sobre la obra "El Gran Teatro del Mundo"

A veces es necesario volver al origen para tomar un respiro del presente. El origen, allí donde todo ya fue creado, inventado y del que las manifestaciones modernas son fractales, hologramas, réplicas de aquella creación primaria. La raíz desde donde todo crece y se transforma. A fin de cuentas y en honor a la verdad, ya está todo inventado y las manifestaciones modernas son la superposición de formas y búsquedas sobre aquella base antigua.

De este respiro se trata El Gran Teatro del Mundo. Y también del acto lúdico que implica apreciar un show desde su contexto y no como una mera creación insertada en el presente. En otras palabras, interpretarla y vivirla desde la clave en que se presenta. Esto es crucial para valorar la riqueza de una obra.

Este texto de Calderón de la Barca data del año 1630 y en la obra interpretada por Marcela Cánepa y dirigida por Daniel Costanza, se toma un fragmento de su dramaturgia. Unipersonal de actuación orgánica y de cómoda fluidez; impecable -si se permite la inferencia-, en la que se percibió el fuerte estado de presencia en su construcción. Por otro lado, la forma verbal del texto es opuesta al estilo coloquial del teatro actual y por supuesto, de la vida cotidiana; característica extra a la cual atender en su  interpretación y proceso creativo.

El Gran Teatro del Mundo responde a una obra en formato clásico, de teatro tradicional, aquel del que emergieron todas las formas que encontramos como búsquedas de ruptura en el escenario actual. Reconoce también dimensión en teatro de objetos, en el que las maquetas utilizadas son entidades por sí mismas y en sus momentos de interacción mantienen prácticamente la misma jerarquía con la actriz.

La obra se trata de un diálogo entre el teatro y el mundo, en el que el teatro interpela al mundo de los humanos y desde un lugar de castas o sectario, dialógicamente lo analiza. En esto, si se quiere, repica las incongruencias de la época (y de hoy) y el rol de las personas en avivar esta contradicción.

Ubica cada lugar para cada cual y revuelve sobre cómo corrompen los dulces néctares, como si rescatara la perspectiva roussoreana en la que el ser humano sería naturalmente bueno. A su vez, relativiza lo bueno y lo malo y desestima su existencia como tal, bajo la obviedad de que en el teatro antiguo o tradicional todo es un disfraz. Y esto se apoya quizás en que el determinar la bondad o maldad sería como moralizar la naturaleza del acto; juicio que no cabe (como en ningún aspecto de la vida) en un teatro costumbrista, donde la distancia dramatúrgica con el actor y en consecuencia con el público, es evidente, es un juego, una dramatización en la que se celebra absolutamente la ironía del escritor.

Una propuesta de carácter poco frecuente, ya que como se dice previamente, sobre el quiebre se alzan las manifestaciones actuales y, si no van hacia esa ruptura, se desarrollan en clave moderna, más no tradicional. En esta búsqueda, la cultura de la modernidad mira con lejanía las primeras manifestaciones e indaga en la creación de lenguajes nuevos acordes a los tiempos que corren, más veloces e invadidos por el sobre estímulo de los sentidos que lleva abruptamente todo el interior hacia afuera.

En consecuencia, podría ser considerado de gusto acorde a la posmodernidad, aquello que deja al espectador en lugares trans, de tránsito, en anulación o excitación de su mente ante la incertidumbre que posibilita el no encasillamiento disciplinar de la obra, sino que responde a todas juntas y ninguna en estado puro a la vez.

El Gran Teatro del Mundo, una obra de tinte existencialista y filosofal, pero también concreto, donde la realidad se presenta como un juego y a la vez, se separa de ella en una locución de gran observador que, camuflado en su disfraz, la desmenuza.

Ficha técnica:
Actriz: Marcela Cánepa.
Iluminación: Nicolás Maiolo.
Coreografía y codirección: Valeria Fidel.
Dirección General: Daniel Costanza.
Texto: Calderón de la Barca.


Juliana Dolores Biurrun   

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