Esas cosas que, impulsivamente, una escribe

A pesar de las manifestaciones permanentes para la detección, visibilización y detención de la violencia en todas sus formas, parecemos inmersos en la espiral del vicio donde la violencia se responde con violencia en todas las acepciones de la palabra. Estamos muy enfermos como sociedad por más sanidad que profesemos. Desequilibrados entre el mal entendido salvarnos a nosotros mismos o permanecer activos en conjunto. Espiritualidad no significa aislamiento, por lo menos no en esta etapa de la vida.

Las susceptibilidades y sus ambigüedades derivadas, se sienten más a piel que en otros ratos: En el psicopateo desprendido de la histeria crecida de la inmadurez emocional, en la distorsión de ideas que inducen falsamente a considerar que lo denso es cariño, que ese halo rancio se aproxima.

La inseguridad personal, el virus de la posesión y la espera, la bacteria de la expectativa, cargan peso fantasma en la espalda. La ansiedad del pensamiento que se fuga al extremo contrario para imaginarse ideas de pantalla. Como si cualquier imagen que pudiera crear puertas adentro de su cráneo cotejara algún atisbo de verdad. Como si pudiera siquiera acercarse.

La mente rumiante pasta kilómetros campo adentro, con la campana perdida, hundida entre los cardos, cubierta de sombra bajo pasto seco. Se declara culpable del aire sucio respirado, la elección ignorante tragada y la ilusión consciente inspirada. Se declara culpable por la autocensura de su vuelo y los rincones empolvados sin viento.

El remolino no agita los costados sin crisis. Del equilibrio no deviene la transformación. El desequilibrio es el principio de todo. Previo a la búsqueda la caída, el temblor. Todas las velas del mundo que se extinguen bajo el mismo zonda. La luna fina como pelo no ilumina. El cielo negro de tormenta succiona el aire en bocanada de eyección, en la lija seca de su lengua virulana. De un sorbo al ácido la nuez. Desintegración.


La inteligencia emocional no está en picada, por el contrario, se mueve en alza y en su agitación, desliga de sus cuerpos a otros cuerpos que en su contradicción, llenan de polvo la mesa servida.

Juliana Dolores Biurrun

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