De formas teatrales emergentes
Notas sobre dramaturgia posmoderna argentina
La forma teatral de la
dramaturgia posmoderna argentina, expone una escritura que fusiona
explícitamente la realidad con la ficción, donde la poesía se desdobla de la
metáfora y se redefine existencial. Esa combinación cuestiona en cierto modo la
ironía del escritor y el misterio de su inspiración: Si lo escrito es real,
autobiográfico o puro cuento.
En este modo de construcción de
la narrativa y sus protagonistas, la historia personal emerge explícitamente y
se vuelve disparador de texto –porque es innecesariamente necesario aclarar que
la escritura siempre está atravesada por la parcialidad y que el desapego no
existe ni en el periodismo ni en la ficción-. En consecuencia, en función de
esa trama identificada subjetiva, se desarrollan personajes edificados sobre la
experiencia de quienes los interpretan.
Lo intempestivo de la sacudida a
los sentidos rompe con los modos del teatro tradicional “esperado” y se
reinventa en una actuación des-actuada y des-dramatizada; en la que el énfasis
de la expresión se impulsa fundamentalmente por la exacerbación emocional del
aquí y ahora, por sobre la interpretación intelectualizada y memorizada de un
guión.
En este punto se restringe lo
predecible desde la óptica del teatro costumbrista en función del nuevo teatro
que revaloriza la disociación realidad-ficción y se resignifica en otra forma
de vida. Como consecuencia, en este nuevo campo- en esta nueva tierra por la
que se desplaza- cambia el uso del espacio y las tablas dejan de limitarse a la
jerarquía del escenario o el anfiteatro, para ampliar e incluir la posibilidad
de la intervención -a veces inesperada- hacia la vida cotidiana, a la mismísima
vida en modo peatón.
Como parte de sus nuevas formas
puede mencionarse el proyecto “Ciudades Paralelas” curado por Lola Arias y
Stefan Kaeg, en el que el hecho artístico se expande a los espacios públicos y
los resignifica en el entrecruzamiento de disciplinas artísticas. De esta
manera el teatro Es en la vereda y deja de ser exclusivo de actores porque
ahora es también de gente común, en el más respetuoso sentido de la palabra.
Así, las calles se vuelven gran
obra, una jalea dinámica, mutable y en constante transformación, con actores
des-actuados que miran y se buscan; que explotan y se angustian; que se
redescubren, imaginan, vuelan y se hunden. Seres actuantes siendo aquí y ahora,
en el irrefutable momento del hecho teatral desjerarquizado.
Por otro lado en las salas de
teatro se revaloriza el uso de espacios libres con escenografías centradas en
elementos interdependientes más que en la construcción de contextos a modo de
capullos. De esta manera el armado del espacio parece la manifestación de un
sueño en el que las cápsulas del inconsciente emergen como latidos más no como
grandes despliegues.
En esta reformulación el espectador
acostumbrado al teatro tradicional podrá redescubrirse en una nueva perspectiva
de interpretación e identificación, ya no dada por el absolutismo de la
metáfora sino por el acercamiento con la realidad.
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