La chica de Murphy

Pasa en la vida real. No en las películas ni en los cuentos. Pasa en ese instante en que apoyás el manojo de llaves en el asiento del auto. Pasa en ese instante en el que soltás la puerta del auto y te percatás de que sus llaves están adentro también. Pasa cuando intentás abrir la puerta y te das cuenta de que todas tienen el seguro puesto. Pasa cuando te quedás sin la cartera, sin la billetera, sin el celular, sin 25 centavos para llamar desde un teléfono público. Pasa cuando tenés que ir a votar y el DNI está dentro del auto. Pasa cuando hacen 30 grados de calor y queda una hora para que cierren los comicios. Pasa cuando es domingo a las cinco de la tarde y ningún vecino te abre la puerta. Pasa cuando vivís muy lejos y varios kilómetros de ruta e insolación te separan del centro.

Pasa en la vida real. Pasa en la vida de Ananda. Por eso la historia sigue.

La hora límite se acercaba. Llegó corriendo al colegio Faustino Fernández con el pasaporte en la mano pero estaba cerrado. Saltó el alambre con sus chatitas violetas como si una horda de zombies fuera tras de ella. Corrió por todo el patio con la esperanza de que alguien le abriera la puerta y quebrara la ley por una causa noble, la de dejarla ejercer su derecho a voto. Miró por las ventanas y el colegio estaba vacío. Evidentemente no había sido sede de sufragio. Tiene casi 40 años y todos los cuartos oscuros de su vida le habían tocado allí. Pero como algo podía salir peor en ese rato caótico, ocurrió. Buenas tardes señor Murphy, le dijo agotada.

Llamó a un amigo que la informó sobre el verdadero lugar de voto al que llegó corriendo también. El reloj marcaba las 18.10 pero no había perdido las esperanzas. Golpeó con énfasis las puertas trabadas. Le abrió un policía que al principio no la quería dejar entrar. Cuando ingresó se encontró con siete personas allí sentadas. Preguntó con quién tenía que hablar y solo le respondieron, “señora, ya no puede votar”. Pero siguió insistiendo... sucede que entre sus defectos a veces se destaca la tenacidad.

En su búsqueda dio con el encargado de la escuela, él tenía ojos azules y el pelo blanco por los hombros. Le contó su historia esperando que se apiade, pero no hubo caso. No tuvo más que agachar la cabeza y retirarse sin voto.

¿Y qué pasó con el vehículo cerrado? Finalmente se resolvió con el hallazgo de un cerrajero automotor que lo abrió de manera muy barrial y le cobró como si fuera principio de mes.

Pasa en la vida real. Pasa en la vida de Ananda y puede pasar en la nuestra también. Si todo está mal, hay algo que puede salir peor. No lo dice ella, lo dice una ley. Pero en la vida de Ananda toda tragicomedia renace en historia. ¿Acaso lo único permanente no es el cambio?

Juli Biurrún

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