Vivir en aventura
Bienaventurados quienes crucen
cordilleras en su imaginación y enfunden su espíritu con virginidad de
sorpresa. Ellos se transformarán por admiración y alumbrarán su camino con ojos
de niño.
Para encontrar la aventura hay
que redescubrir lo que se mira y darle impulso profundo al corazón. Ella se
camufla invisible a los ojos dispersos y se balancea entre ambientes para
llamar la atención. Coquetea desde las sombras y le silba a quienes caminan por
su vereda. Muchas veces ese sonido se pierde en la nada, pero cuando alguien
escucha la melodía de sus labios no puede resistir el encanto.
Encontrarla implica generar
rupturas para percibir el sabor escondido en lo cotidiano. Esa búsqueda se
trata quebrar parámetros y volverse un espectador permeable a situaciones de
potencial transformador; ser protagonista en la cadencia de acciones para
vibrar con más fuerza y color en lo que ocurra. Y por supuesto, es también
arriesgarse alegre y sin miedo a lo desconocido, porque la aventura se vive más
en el proceso que en el resultado.
Los niños y animales domésticos
como gatos y perros son grandes aventureros dignos de admiración. Ellos se
vuelven locos de fantasía cuando transforman lo mundano en especial y lo
reviven con gracia. Porque en ese camino la imaginación es como un escudo que
protege de lo monocromo y la aventura su espada cromática. Con ellas en alza
puede ganarse cualquier batalla para una existencia multicolor.
A fin de cuentas, la historia más
sabrosa se escribe cuando se redescubre lo magnífico de lo insignificante y eso
resurge en una explosión de buenaventura. Pero lo mejor de todo es que no hay
que viajar hasta el Amazonas de Brasil para encontrarla. Vive con vos, duerme
en tu cama, comparte la ducha y el jabón. Te susurra en sueños y se disfraza de
odalisca, te ofrece manjares y te masajea los pies. Hace todo lo posible para
que la veas y te enredes con ella en una historia sin fin.
Yulais
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