Ver el tigre
Lo más extremo que
se nos presenta cuando pensamos en la desgracia es la muerte -y me refiero sólo
a la que ocurre en orden natural- la otra no tiene nombre. El miedo y el dolor
que despierta desde una perspectiva si se quiere “intelectualizada”, son
producto del ego que dice que con ella, la existencia desaparece y los cordones
umbilicales del camino se desvanecen en el agujero de la nada.
También se puede
pensar que lo anterior no es real y que cuando el momento llega, la
Esencia de la persona emprende un viaje indefinido por los confines del
universo. Interpretado de esa manera hasta parece un suceso interesante.
Entonces allí en estrellas lejanas, la esperarían
aventuras inimaginables para este terreno; repasos y balanzas, plumas y pesos,
supernovas en canal directo. Flotaría en el Absoluto donde el tiempo
desaparecería y la velocidad de sus no formas superaría la concepción mundana,
mientras los pensamientos se desplazarían en la sincronicidad eterna del
presente infinito. Todas las alternativas son posibles hasta donde llegue la
rienda suelta de la fe, la imaginación y la memoria de los instintos.
Como soñar no cuesta nada y es más efectivo que la
vacía incredulidad, en este ciclo camino de ir y volver, voy a sembrar una
afirmación para el mañana de un año sin número: Ser una persona que elije ser
feliz y trabaja por construir un mundo de magia a su alrededor. Aunque tenga
épocas grises y días negros. Aunque me pierda en la Tormenta Roja de Júpiter.
Aunque a mi novio le aburran mis inquietudes y aunque a veces me invadan los
malos recuerdos. Porque si hay algo que festejo fuerte es que todo es
transitorio, transformador y que por ende, la destrucción de las barreras es el
camino más real para mantenerse del buen costado.
Juliana Biurrún
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