Reformulaciones de la fe

De niños y niñas nos enseñaron que existía un Dios que nos cuidaba y nos observaba todo el tiempo; a quien teníamos que agradecerle por la comida de todos los días y, que si éramos buenos, nos íbamos a ir al cielo para vivir eternamente entre su luz. Por el contrario, si éramos malos, viajaríamos al infierno para pasar la eternidad en el purgatorio del fuego y sufrimiento.

Nos enseñaron que la fe era la confianza ciega en ese Dios todopoderoso que todo lo sabe y todo lo puede, que nos observa cuando nos masturbamos bajo las sábanas y que se mete en nuestra cabeza si pensamos en robar una golosina del kiosco.
Por suerte siempre fuimos rebeldes y no seguimos los pies de esas concepciones. Ni siquiera doce años de educación formal en colegio católico alcanzaron para lustrar el concepto y dejar la creencia brillante como una perla. Al contrario. Tanta bajada de línea y pretensiones de amor incondicional hacia alguien que no podíamos imaginar más allá de los dibujos, surtió el efecto contrario. Y hoy en esta “adultez joven” procesada por pensamientos exacerbados, siento la necesidad de reformular el concepto de fe que los adultos grandes intentaron inculcar a fuerza de repetición.
La lectura transporta al universo personal en el que están todas las respuestas si sabemos cómo interpretarlas. Y en esta época de mayor conciencia o por lo menos más socialización de cuestiones relacionadas al alma, el amor, la transmutación y la espiralidad del tiempo; es que redefino y redescubro mis propios conceptos.
Lo que creo surge de la reelaboración de conocimiento adquirido por indagación y curiosidad sobre las potencialidades del ser en un objetivo noble: Aprender para transmitir. Como dijo Alberto Einstein (si es que de verdad fue él): “Aquellos que tienen el privilegio del saber, tienen la obligación de actuar”. A lo que agrego: Y de socializar su conocimiento. De qué nos sirve el paso por este plano si no podemos derramarnos para sembrar en los demás y por lo menos, despertar una chispa de curiosidad que estimule a preguntar fuera de lo establecido.
El eje que atraviesa a todas las religiones es el amor y la necesidad imperante de que la bondad viva plena. No somos más que conciencia en tiempo espiral, en el que el pasado es causa del presente y el presente es la libertad que delineará el futuro. No somos más que amor, recuerdos y legados que seguimos siendo aunque no estemos aquí.
Somos eternos y la muerte es una puerta hacia otro plano en continuo movimiento y no hacia un cielo o infierno lineal. Esa idea impone impunemente, miedo y restricción en nuestro modo de ser. Genera acciones desde la aprensión y el deber, no desde conciencia plena de que si sentimos, pensamos y creamos amor, estaremos generando beneficios para la totalidad de nuestra existencia atemporal.
Ser mejores personas debería ser el norte de nuestras vidas. Aprender para expandirnos, analizar con la mente para entender con el corazón. Dejar huella para ser de mil modos. En la enseñanza, en el arte, la comunicación, la risa, la sanación. Cada uno debe encontrar su camino en la materia que le implique para reflexionar, transmitir y transmutar. Ser para ayudar a ser para que, una vez más, sigamos siendo.
Y en esto me pregunto, ¿dónde queda el Dios de la religión ortodoxa que nos enseñaron en la escuela? ¿De qué se alimenta la fe en una rectitud restrictiva que dice que el deseo del cuerpo es pecado y que si pecás de gula o pereza, te irás al infierno?
Creo en una Fuente creadora de luz blanca y dorada de bondad infinita. Creo en la energía y la evolución, en los seres de color azul y violeta que nos acompañan como guías invisibles. Creo en nuestra paradójica finitud. Creo en el despertar de la conciencia para comprender lo figurado en el nombre de Buda, Jesús o Mahoma. Ellos fueron espíritus que alimentaron las almas con el mensaje de la Fuente.
Algunos seres, portadores del espíritu, pueden ser grandes maestros espirituales o líderes que movilicen grandes grupos de almas; o sencillamente seres amorosos y
contenedores de las almas que se les acerquen en lo cotidiano en búsqueda de la luz. Nos damos cuenta cuando alguien es portador de espíritu, por su carisma y magnetismo, ya que irradia energía aunque no se lo proponga, citó la maestra Federica Sozi.
Durante la juventud inexperta, resulta difícil imaginar un Dios creador y omnipresente, sin pensar en que detrás de esas “verdades” vive la imposición por el miedo al infierno. Hubiera sido más cautivante fomentar la fe desde la concepción de un alma eterna que vive en espiral, nace, muere, reencarna, paga y cobra en función de sus acciones. Así como también, si nuestros maestros nos hubieran presentado un Dios como Fuente contenedora de la energía que se transforma para que nuestra esencia se expanda hacia un universo que progresa en conjunto.  


Y hoy creo en un Dios que no es el que me enseñaron en la escuela. Es el que reformulo con la conciencia de fe en las vibraciones que todo lo atraviesan y nos acercan a la Totalidad que somos en un plano que todavía desconocemos. Creo en la Fuente y el poder de la trasmutación. En la eternidad del alma que vive en espiral, no para morir en un cuerpo físico y volar hacia el cielo o el infierno, sino para aprender, evolucionar, convertirse en luz y hacerse una con el todo.
Sucede que si el catolicismo hubiera aceptado la idea de reencarnación, su discurso se habría debilitado al igual que su aceptación social. Esto no fue más que una lucha de poderes a lo largo de la historia. Es tarea nuestra despertar en la creencia y conciencia del amor supremo.
Cierro los ojos. Veo blanco en infinito. Floto sin cielo ni pies. Mi cuerpo es traslúcido y casi amorfo. Distingo que tengo extremidades pero no siento músculos en ellas. Mis ojos están absortos de tanta inmensidad. Es incandescente y su brillo refracta en el pecho. Es la conjunción de las eras en plenitud. Es la frecuencia del no tiempo, donde el pasado y el futuro conviven en un presente eterno. Es el blanco absoluto porque es el todo y la nada a la vez. Es la Fuente mayor, el lugar donde los ángeles del olvido borran las memorias conscientes para que escribamos un libro nuevo.

No tengo miedo a la muerte. Siento curiosidad de lo que veré al cruzar la puerta. Busco sembrar y ser mejor persona, cultivar dharma y derramarme para ser en los demás. Que el amor invada mis acciones y deseos. Que el amor me inspire a comunicar como misión de vida. Esto es la fe para mi.

¡Gracias!
Juli Biurrún
Yulais* 

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