La idealista
Dicen que era una chica rara
para esos días. Que era desprolija y vivía en un estado de despojo cercano a lo
absoluto. Que casi nada parecía importarle y que era indiferente a todo lo que
se cuantificara en valor material. Era como una "newhippie" que tenía un Smartphone porque se lo habían regalado.
Ella era muchas.
Opuestas y contradictorias, apasionadas, insoportables y complicadas, pero
adorables por sobre todo defecto. Cada una de sus partes era muy fuerte y luchaba
sin freno para convivir en el mismo cuerpo. Tenía por mala costumbre pensar en
demasía, ese era el defecto de su virtud más grande. ¿Qué la había llevado a
ser así, si a veces no sabía ni siquiera pensar?
“Quédate con quien
conozca tu peor versión y no le de miedo”, decía siempre con
seguridad. Eso se
lo había enseñado su mamá que no pasaba día sin quejarse de sus pantalones
rotos. Sabía que su luz era más fuerte que cualquiera de los grises que pudiera
invadirla un martes ordinario. Era una soñadora que gastaba horas enteras en
los viajes cósmicos de su imaginación. “Quiero que mis palabras hagan sentir.
Que quienes las lean viajen a mis mundos de fantasías. Quiero que descubran sus
ellos en mi”, tarareaba siempre que un rayo de sol le iluminara la frente.
Nunca estaba conforme,
era una exploradora de la cultura y el espíritu, quería vivir viajando y
autodescubriéndose. Sabía que había nacido para observar, aprender, escribir y
comunicar. Unir a la gente y enseñar, transmitir y transmutar. Su leyenda
personal había escrito en el código de su conciencia, que la vida era un juego
de intertextualidad en el que todo se transformaba y renacía en la sabiduría del
saber. Necesitaba crear, dejar huella, expresarse. Su espíritu inquieto se
angustiaba con facilidad en el silencio de la nada. Se ahogaba en sus
pensamientos y para respirar, necesitaba decir a través de mil modos. No
era fácil ser ella ni vivir en su compañía.
Su personalidad evolucionó conforme la vida
la fue cambiando de lugar. Mostrándole contextos y realidades desde las
perspectivas más diversas en escalas de convencionalidad. Se volvió una mujer
adaptable y feliz, desprejuiciada y consciente de la belleza que podía
desprenderse de maneras infinitas de vivir. Su interior estaba despierto, por
fin había escuchado el reloj biológico de la mañana.
“Quiero, deseo, siento,
visualizo. Imprimo relieve y color, temperatura, aromas y sonidos. Me derramo,
soy en el aire y en el fuego. Soy tierra y espíritu, conciencia de los tiempos.
Soy una misma con los paisajes que dibujo perfectos en mis sueños, que siento
entre mis dedos y bajo los pies”, rezaba ya sin complejos.
Con el tiempo su médula
se moldeó al mundo inmaterial de las emociones. Alcanzó un despojo certero y sus
pantalones rotos dejaron de ser un look. Cuando despertó sin despertador,
comprendió que nunca había sufrido ni disfrutado una locura de prototipo. Iba más
allá, estaba lejos de las formas. Había logrado conectarse con la esencia para
descubrir su verdadero potencial. Nació desde ella misma, de su mente, de su propio
vientre. Nació de la idealista que estaba dormida. Sus partes se soldaron y sus
contradicciones se murieron para cumplir el plan, para que renaciera al
fin.
Juli Biurrún.
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