El noctámbulo
De pibe descansaba poco y sentía
que sus padres lo castigaban cada vez que lo mandaban a dormir. La vida
nocturna era territorio prohibido gobernado por adultos y a su escasa edad la
luz del día le abrumaba los ojos. Era extremadamente sensible y cuando los
haces entraban por la ventana sufría un encandilamiento tal, que ni las
pestañas más largas heredadas de su bisabuela lo protegían del brillo.
Él pensaba que tenía una enfermedad
pero no distinguía si era físico o mental. Pasaba horas largas en su habitación
y los veranos de vacaciones los compartía con la Play Station que le
había regalado su hermano. Vivió tantas tardes encerrado en ese cuarto, que su
piel se volvió amarillenta y las ojeras le pronunciaron surcos grises sobre los
pómulos. Los huesos de sus clavículas empezaron a sobresalir y los músculos de
sus piernas a perder espesor. Su sonrisa se hizo tiesa y los labios resecos se
acostumbraron a lastimarse cada vez que su boca se estiraba un poco de más.
La primaria la pasó entre pocos
amigos ocasionales que lo acompañaron cuando su mamá los invitaba merendar. Para
cuando llegó al secundario, se había convertido en un transeúnte solitario que
durante el día bloqueaba la luz que entraba por las ranuras y entrada la noche,
miraba sin descansar como titilaban las lámparas y los autos se movían
esporádicos por la rotonda.
Cada vez que se asomaba por la
ventana pensaba en la estaticidad imposible y la constancia del flujo humano.
Nada podría detenerse jamás y donde alguien mirara el techo, otro alguien
lloraría o sufriría carcajadas de espasmo; haría el amor o estaría podridamente
solo. Tanta abundancia y soledad psicopatearon su cabeza y eran las paradojas
de lo cotidiano las que lo dejaban dormir. Sentía imposible frenar sus ideas
cuando daba cuenta de las contradicciones que protagonizaban a toda la gente
que vivía a su alrededor. No podía estar en paz ni con su alma cuando se volvía
al belicismo más idiota cada trimestre en que hacía pico su ciclo hormonal.
Durante años no hizo más que buscar
respuestas en vano a dualidades que siquiera intentaban esconderse. Se
marchitaba los sesos desmembrando las causas que explicaran cómo y por qué la
gente podía amar tanto y ambiciar tan ansiadamente su libertad. Cómo podía
odiar y a la vez hurgar en la intimidad del sujeto de rechazo. Cómo podía ser
feliz y convivir con raptos de tristeza. Cómo podía disfrutar entre la
ostentación mientras olía tan fuerte lo estupefacto. Y cómo una casa tan grande
podía llenar un ánimo tan vacío. Todo lo sufría en espiral, era extremadamente
sensible.
Así se enfermó de noctambulismo.
Sus ojos se hicieron perceptivos a la oscuridad y nunca más necesito de la luz
para ver pasar a las cucharachas por el piso. De a poco su fisonomía cambió y
las meriendas dejaron de ser abundantes como cuando su mamá invitaba a los
amigos falsos de la escuela. Ya siquiera existían las comidas de media tarde
para aguantar hasta la noche. Todas eran cenas de desayuno y desayunos de cenas.
Para él era indistinto, sólo tenía que comer un poco para seguir.
Con su hábito de cielo negro rotaron
radicales sus costumbres y empezó a vivir al revés o de costado. Se redescubrió
en la oscuridad para asumirse intolerante al flujo ordenado cotidiano, donde
las mujeres se ponen rouge para ir a trabajar y los hombres usan la billetera
en el bolsillo de atrás para simular más carne adquisitiva.
Demacrado y cansado de la
hipocresía instituida, decidió alejarse de la parafernalia semanal que ordenaba
rutinas esclavizantes y autoimpuestas. Pero la distancia no alcanzó para
desprenderlo de su mente. Todavía intentaba descubrir por qué la gente se
obligaba a costas de su sanidad mental y la enfermedad latente por la represión
entre sus células.
Así creó un mundo paralelo, que fue
juzgado como un conjunto de raros enfermos por los sacos de pieles que adoraban
la cadena del día. En ese espacio dominado por él, creó un lenguaje propio,
capaz de ser entendido sólo por aquellos que se estremecieran cuando la luna iluminara
tan redonda, que pareciera estar a punto de parir.
Allí convivieron los desterrados de
lo presunto y no hubo lugar para los ciegos o ignorantes por elección. Tampoco
para los resentidos ni los que buscaran la aprobación en la prepotencia de la estupidez.
De la nada erigió una comunidad de Gente
que Sí, donde la selección natural hizo bandera de lo permeable a la bondad y aglutinó
un conjunto de seres con deslizante para lo tóxico incrustado en su dermis. Fue
un lugar sano donde los vampaneces de mala sangre, capaces de morder a sus
víctimas hasta dejarlas secas por puro placer, no pudieron entrar.
En la pluralidad integró un
gobierno nocturno con una Constitución de pocas líneas: “Para ingresar a este terreno antes prohibido, es excluyente que por sus
venas corra sangre de la buena y en sus ideas, comprendan la esencia de noche y
su plenitud, sin resabios de las malas interpretaciones que carga la oscuridad
para los caminantes diurnos”.
Sus ojeras empezaron a borrarse y
los labios volvieron a tomar color vivo. Sus piernas engordaron y el mapa de
huesos que le acomplejó el pecho dejó de existir. Después de la lucha que ocupó
su vida entera, comprendió que él fue lo único sano de la nube tóxica que flotó
en su ambiente. Entendió que los enfermos siempre fueron los otros y sus pretensiones
de sanidad, ordenadas en rutinas que constantemente reprimieron sus intentos de
rebelión.
Hasta la próxima!
La Juli :)
Estuvo bueno. Bien escrito. Me gusto mucho el principio "De pibe descansaba poco.." eso me situó en el tiempo. Da para retraerse a su propia edad. Para cada uno la edad es relativa. Saludos.
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