El ego, el falso centro

La diferencia entre ego y autoestima es abismal. Además del reconocimiento del “yo” en el psicoanálisis y del aprecio excesivo de una persona por sí misma, es la “desvirtuación” para el mal costado del amor propio. Por el contrario, la segunda entendida como la percepción evaluativa y tendencia del comportamiento amoroso hacia uno mismo, representa la parte óptima del bien ser y el sujeto sano.
Todos somos especiales y como seres sociales, dignos del reconocimiento incondicional de uno mismo hacía sí, de los demás hacia uno mismo y viceversa. Por eso el concepto de autoestima resulta tan fácil de corromper cuando busca su alimento fuera de la propia persona; en lo material o la aprobación necesaria de terceros cuando en realidad, su fortalecimiento se trata de una búsqueda mental y espiritual en la que el sujeto se vale de su dignidad.
La reafirmación constante de los dotes propios desde el ocultamiento excesivo de los defectos, es sinónimo de un centro corrido de lugar; de un ego con sobrepeso y una autoestima con cimientos de barro. El falso centro en estado pleno de corrosión al valor verdadero de los sujetos, tantas veces cegados en lo superfluo de adulaciones huecas.
La autoestima implica aceptación mientras que su opuesto, empuja la conducta hacia la creencia de ser la versión mejorada de las cosas sin alternativa aparente. Tiene que ver con la reacción de la mente a un vacío profundo de protección ante la inseguridad. Por lo tanto, podría encausarse en la acción analítica de visualizar los por qué del corrimiento hacia lo pedante y narcisista, e integrarlo en la conciencia de saber hasta dónde una acción o atributo autoimponen a la persona falsamente en un pedestal.
El ego es también un reactor a estímulos externos que requieren la claridad de distinguir su verdad y hasta dónde rozan lo falso. En épocas donde la exacerbación pública de los afectos y las redes sociales habilitan la posibilidad de halagos en demasía, el ego se atraca como un gato cuando encuentra la bolsa de alimento y se la come entera mientras sus dueños duermen.
Por lo tanto la tan buscada sanidad, consiste en el amor propio desde la aceptación de los defectos y virtudes; sumado a la valoración espiritual desde el conocimiento de las potencialidades y vicios necesarios de corregir para alcanzar el equilibrio más completo. Desde esa estabilidad surge la bonanza armónica y por efecto derrame, se traslada a todos los aspectos del ser. 

Hasta una nueva historia!
Juli Biurrún

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