Cultura Profética: Reggae con contenido y conciencia

          La banda puertorriqueña de reggae, Cultura Profética, se presentó por primera vez en la región el pasado viernes 16 en el boliche Meet. Como telonero estuvo Kimany Marley (hijo de Bob), presentando su último trabajo discográfico “Radio”.
 
          Fue uno de los recitales más esperados del año y las plegarias reiteradas para que algún productor los acerque hasta el “sur” fueron escuchadas. La noche del 16 de septiembre llegó con frío y viento al local del lado cipoleño del puente. Tras una hora de espera entre fumarolas que se disparaban al aire y panchos del carrito del frente para bajar el hambre, la cola seguía alargándose y entre todos definíamos la interrogante colectiva: “¿¡Por qué todavía no se abren las puertas!?”. Resulta ser que Cultura llegó apenas unas horas antes del show. Venían de una presentación en el Luna Park, con un recital de tres horas cuarenta bajo el brazo y catorce de ruta encima. Estaban evidentemente cansados y el asunto no terminaba en el valle, la vorágine de la gira los iba a parar sobre escenarios sanjuaninos al día siguiente.


          A las 22.45 empezó a sonar Kimany Marley y fue una grata sorpresa. No había escuchado su música pero por venir de la estirpe jamaiquina debía ser buena. Con un reggae más ragamufero y hasta rockero, el heredero rasta - hiperquinético y carismático - se bailó todo rengueando con la rodilla en apariencia recién operada y camisa de tipo guerrillera casi empapada.

          Cerca de 40 minutos duró el show, con un intervalo de 40 hasta que subió Cultura. El boliche no estaba lleno pero el amor flotaba en el aire y había buena energía y ansiedad por todos lados. Fue un momento “casi épico” cuando la súper rasta de Willy Rodríguez se asomó a contraluz por el telón colorado. Llegó la hora de la euforia total y conversión a ¿groupies? insoportables. Fernet o cerveza en mano, dale fuego y que empiece el show.

          Cultura es, sin dudas, la mejor banda latinoamericana de reggae. La fusión de estilos que propone sumada a letras reflexivas, contestatarias y retórica alejada de la metáfora tradicional, la distinguen de lo que abunda en la industria musical. En vivo suena como en los discos. La cadencia y tensión de la base rítmica, el set de vientos y las coristas entre sexys y colgadas que no paran de moverse, le imprimen una cuota extra de color al alma de la banda que se escucha en el bajo y la voz.

          En 1998 editaron su primer disco “Canción de Alerta”. De ahí en adelante seis más - incluido un tributo a Bob Marley - hasta llegar a su última producción, “La dulzura” (2010) que fue el que vinieron a presentar. Su esencia está compuesta por canciones de amor que relegan a las de contenido social que predominan en sus trabajos. En honor a su nombre, es un disco básicamente tranquilo, romanticón, con algunos temas más movidos y hasta un bolero del puertorriqueño Tito Rodríguez (“Me faltabas tu”).

          El repertorio del show estuvo integrado en su mayoría por temas de este trabajo y, a pesar de haber sido un recital impecable y bellísimo, hubiera sumado que se incluyan más canciones “más arriba”, si se quiere, de trabajos anteriores.

          Arrancaron con una seguidilla de “La Dulzura”. Primero el súper amoroso “Rimas pa’ seducir”, el corte de difusión “La complicidad” y “Para estar”. Presentaron un tema del Tributo a Bob Marley e incluyeron los infaltables “Sube el humo”, “Nadie se atreve” y “Un deseo” del disco MOTA, junto al gran clásico del cierre “Fruto de la tierra” de Ideas Nuevas.

          Los puertorriqueños que cantan sobre la ganjah con total altura y calidad, dieron un recital que en su globalidad convirtió al viernes ventoso en una de las mejores noches del año para los emocionados que estábamos ahí.

          Y después de este bombazo empalagoso de subjetividad, vuelvo a recordar que en ese momento las dos horas de show no parecieron suficientes y, aunque se tocaron todo, nos quedamos con ganas de más. Es que somos insoportablemente inconformistas y los queremos ya de nuevo por acá. Oremos.

¡Hasta la próxima!

Juliana D. Biurrún.
Foto de Oscar Livera

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