Maximiliano Guerra y su técnica “ferpecta”

          El bailarín clásico reconocido a nivel internacional y altamente popular, Maximiliano Guerra, se presentó el pasado jueves 7 de abril en el Cine Teatro Español. En esta ocasión llegó a la región para presentar la obra “Carmen”, protagonizada por la primera bailarina Patricia Baca Urquiza, junto a la función de tango moderno del Ballet del Mercosur, “Tango Paradiso”.

Habían previstas dos presentaciones y ambas fueron hechas a sala llena. El público no fue para nada variado. Los adultos mayores coparon el lugar y algún que otro joven se perdió por ahí, sin descontar a los niños grandes / adolescentes tempranos que fueron, probablemente, llevados por sus familiares bajo el lema “Maximiliano Guerra es un artista al que tenés que conocer”.

El escenario estaba completamente vacío, no había ningún elemento decorativo ni escenográfico. Todo estaba preparado explícitamente para centrar la atención cien por ciento en los bailarines, ocho en total (cuatro hombres y cuatro mujeres), incluido Guerra. 

La primera irrupción fue con luz tenue en tonos rojos. El vestuario sobrio, pantalón de vestir y remera negra para ellos; tacos con vestidos de colores para ellas. Era la presentación de Tango Paradiso, un espectáculo de danza moderna que entrelaza pasos de tango y movimientos de baile clásico con la música atinada de Bajo Fondo Tango Club.

Maximiliano parecía homogeneizarse con su séquito. Si algún presente no lo hubiera conocido, difícilmente se habría dado cuenta de quien era, porque para bien o mal, no sobresalía por sobre el resto ni demostró una destreza superior con movimientos para el asombro. La rutina consistía en el intercambio de lugares sobre el escenario, rotación de parejas y momentos “solistas”, pero no en su mayoría. Esto con el agregado del histeriqueo de provocación constante que se interpretaba entre los bailarines como parte del show.

La primera secuencia duró 40 minutos que dieron lugar a un descanso de quince. A continuación la obra protagonista de la noche. En escena, Maximiliano interpretando a un torero y Carmen, una gitana rebelde y pasional, condenada a prisión y posterior ejecución por una disputa con sus compañeras en la cigarrera donde trabajaba. Ella, inquebrantable en su rechazo hacia la imposición de preceptos y normas morales de la España antigua, antepone su libertad por sobre cualquier mandato que atente contra su espíritu reo. 

Los acompañaban en el escenario el Destino, representado con un vestuario de make art, dos cigarreras hiperquinéticas vestidas de colorado, y un carcelario de dos metros de alto, enfundado en un traje de calzas blancas. 

El nudo de la cuestión se presenta cuando Carmen en primera instancia seduce al carcelero (Don José) para salvarse de la muerte, pero luego pone los ojos el joven y adinerado torero interpretado por Guerra. La disputa por el amor de Carmen y el juego de seducción constante al que ella los somete, despierta pasiones encontradas entre ambos y, en un ataque de celos y locura, Don José la asesina con un cuchillo en el pecho.

Un final trágico para una mujer hermosa, un hecho no tan alejado de la realidad de hoy, en donde las noticias sobre violencia doméstica y de género se repiten cada vez más en los medios. Y si bien esta es una historia de ficción, es reflejo fiel del papel que le fue impuesto a la mujer a lo largo de la historia. Sometida y menospreciada, sus cualidades nunca estaban a la altura de los hombres y su rol siempre fue relegado a un papel cercano a la escoria. Pero Carmen, fiel a su esencia indomable siguió su propio norte sin aceptar el padecimiento de lo impuesto. Y su conclusión, un final trágico pero (no es poca cosa) conducido por el camino de la elección: Prefirió morir a perder su libertad.
¿La técnica mató a la expresión?

Quizás la profesionalización extrema de las artes termine quitando la naturalidad que despierta el hacer algo con pasión.
Quizás llegue un momento en el que se practique tanto una rutina que se consiga el hartazgo a nivel inconsciente.
Quizás el virtuosismo técnico no sea sinónimo de virtuosismo artístico.
Quizás al enfocarse tanto en la perfección se olvide el contagio del disfrute propio.
         O quizás estoy escribiendo una burrada tras otra y este universo de las artes sea como se vio y sintió aquel jueves en el Español, pero aquí debo hacer una salvedad: En primera instancia me reconozco poco conocedora del mundo de la danza, pero me considero, como todos o la mayoría de los interesados en el campo, perceptiva en cuestiones de expresión y recepción del sentimiento que despierta el artista cada vez que se muestra.

Las suposiciones primeras derivan de algo que me hizo ruido durante toda la presentación. Maximiliano era técnicamente perfecto y se manejaba con la seguridad de quien no presume error en sus actos. Pero también rozaba lo frío, y su interpretación transmitía poco en relación a lo que esperaba de tal currículum, a diferencia de su grupo de bailarines, que, siendo desconocidos popularmente, conservaban en sus caras la chispa ingenua y vivaz de quien tiene todo por crecer.

Esta es una apreciación personal alejada de una evaluación objetiva… es que como simple espectadora no tengo más que la sensación que la presentación me dejó. Pero contra todo lo que escribí, lo cierto es que Maximiliano cerró su segunda función a sala llena, con todos los adultos parados y aplaudiendo desaforados. Quizás ellos sí lograron sentir a quien les bailaba en frente.

¡Hasta la próxima!
Juliana D. Biurrún

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