La leyenda del funk en Neuquén: Fred Wesley & The New JB’s

El trombonista emblema de la historia del funk y su banda dieron un recital de vuelo estratosférico en el Cine Teatro Español.

Fred Wesley & The New JB’s se presentaron el pasado viernes en el Cine Teatro Español. El trombonista de James Brown, compositor, arreglista, productor y catedrático musical está de gira en Argentina por primera vez y es uno de los músicos ícono – leyenda de la historia y evolución del funk. Con sus 68 años y una banda increíble que lo respalda, sólida como muralla de hierro, llegaron hasta el “gigante de la Avenida” para dar un recital de verdad sorprendente y convertir su visita, sin dudas, en uno de los eventos culturales del año.

 Empezaba el fin de semana, hacía unos días que había comenzado el mes. El encuentro estaba anunciado con tiempo de sobra y la posibilidad de presenciar un show emblema dejaba casi sin excusas la inasistencia. A las 22.30 los músicos aparecieron en escena. Las luces de las tablas seguían prendidas, parecía que iban a haber unos segundos de intervalo hasta el arranque, pero no. El bajista empezó a tocar intempestivamente una base de funk mientras el resto se acomodaba. De a poco se sumó la batería, la viola y arrancaron los vientos, trompeta, saxo y trombón al frente.

La estructura de las canciones se loopeaba a medida que avanzaba el recital: La intro, la melodía de los vientos, el solo de algún integrante, la “melo” de nuevo, otro solo y así con cada uno. Una vez completa la vuelta, volvían a tocar todos juntos para llevar cada tema hasta su máxima expresión y simular terminar de repente… para volver a empezar bien despacio. Así te llevaban progresivamente a un viaje de alucinación pero no por lo que tocaban, ¡sino por como lo hacían! La esencia del groove y el funk se había hecho carne en ese septeto que cerca de 500 almas teníamos en frente. Esto se sumó al buen sonido que dejó pasar solo un rato hasta acomodarse definitivamente y al mérito de los arreglos de iluminación que ambientaron la noche con gran precisión.

Fred resultó ser un personaje divertido y espontáneo. Cada tanto tiraba algún chiste en inglés y le llegaban risas con retraso. Su pantalón por arriba de la cintura, la camisa dentro y los zapatitos blancos lo hacían parecer simpatiquísimo, tanto que daban ganas de saltar desde la butaca para darle un abrazo, como si fuera tu viejo o abuelo.

La edad y las consecuencias de su sobrepeso se notaron en el recital. Cada tanto entre solo y solo, acercaba su banqueta y contemplaba sentado desde allí lo que ejecutaba la banda. Esto se notó incluso en la fuerza de su ataque al tocar, cuando el resto de los músicos soleaba y Fred pasaba de largo, o hacía unas vueltas cortas y cedía la posta dando indicaciones con el movimiento de su trombón. Para arriba, para abajo, más rápido, una más. Por momentos parecía el director de una orquesta marcando el compás con su batuta. La misma necesidad de descanso se reflejó en Ernie Fields Jr., el saxofonista barítono (hijo del gran Ernie Fields) de 78 años, quien estuvo bastante quieto durante la presentación y cada vez que tenía un espacio se sentaba a relajar.

La primera parte fue netamente instrumental. Canciones de cerca de diez minutos cada una, zapadas interminables y deliradas. Los arreglos de cada músico rozaban lo impredecible y las melodías daban giros inesperados que dejaban con la boca abierta y moviendo la cabeza a todos los que estábamos ahí. Las improvisaciones larguísimas (no tan improvisadas), daban tiempo para que Fred y Ernie descansen y desaparezcan esporádicamente del escenario, mientras los cinco músicos restantes se perdían libres en el mundo del groove.

El bajista (Dwayne Dolphin) y baterista (Raymond Bruce Cox) eran firmes como una pared. El swing que manejaban juntos reventaba de color musical y con los solos que cada uno elaboró demostraron ser terribles “bestias” en su papel, en el buen sentido de la palabra, claro está. El tecladista (Barnaby McAll) parecía enloquecer cuando se abalanzaba sobre las teclas. La velocidad en su toque y los arreglos extrañísimos con los que aparecía dejaban impactado al mismo Fred cada vez que parecía hipnotizarse al mirarlo. Y el guitarrista (Reginald Ward), con un papel más apartado y tranquilo terminaba de completar con calidad enorme el pulso de ese funk de verdad.

Después de más de una hora había llegado el momento de las voces. Juegos de interacción oral se mezclaron con las melodías de fondo. Diálogos entre cantados y actuados centraron la atención y recibieron la respuesta del canto colectivo. Los músicos largaban una frase y la gente repetía a los gritos. Tres voces con registros diferentes y en perfecta afinación, como en analogía con los vientos y arreglos súper armónicos que los intérpretes creaban entre sí.    

El reloj pisaba las doce. Fred estaba cansado y lo explicitó cuando en chiste cortó un tema a la mitad y dijo que se tenía que ir, pero era solo la canción. Ernie tampoco daba más, sus reposos sobre la banqueta eran cada vez más prolongados. El bajista también estaba sentado, pero parecía ser sólo por comodidad. El batero seguía impecable, la intensidad en su toque no decayó ni por un rato, igual que la del violero, el trompetista y el tecladista. Pero llegó la medianoche y como Cenicientas se tuvieron que ir corriendo. Un solo bis dejó a todos los presentes en el Español parados y bailando, cantando y aplaudiendo al tempo del funk. Estábamos felices por el recital desorbitante que acabábamos de ver, tanto que todavía se me pone la piel de gallina cuando lo recuerdo y juro que no exagero.     

¡Hasta la próxima!
Juliana D. Biurrún

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